Queridos dadasos y dadasas, voy a ilustraros con este documento extraido de un libro escrito en su juventud por el Sr Obama, posible futuro presidente de EEUU. Lo escrito en rojo es lo que pensaba yo mientras lo leía...
“Yo esperaba el autobús nocturno en un bar de carretera entre Madrid y Barcelona.- ¿ En España paran los autobuses a recoger gente en los bares de carretera? Y si es así, ¿qué bar es ése?, ¿cómo llegó hasta allí?,¿haciendo autoestop?- Unos pocos hombres bebían vino en vasos pequeños y sucios - y sin duda tenían los dientes verdes y trataban de extraer de entre ellos un trozo de chorizo con un palillo-. Había una mesa de billar y por alguna razón me puse a jugar…- qué cinematográfico- Un hombre vestido con un fino jersei de lana apareció de ninguna parte - un ángel, sin duda- y me invitó a un café. No hablaba inglés. Y su español no era mejor que el mío - sus conocimientos de la lengua española le permitían valorarlo-, pero tenía una sonrisa que daba confianza y la urgencia de alguien que necesita compañía - lo que se puede ver en una sonrisa-. En aquel bar me contó que era de Senegal y que recorría España en busca de trabajos estacionales - ¿en qué idioma se lo contó?-. Me enseñó una fotografía gastada que llevaba en su cartera: una chica joven de mejillas redondas. Su mujer, me dijo. Tuvo que dejarla en Senegal para venir a España. Planeaba reunirse con ella en cuanto ahorrase el dinero - bueno, vale-.
Al final viajamos juntos a Barcelona - en el bus nocturno que paraba en bares de carretera-. Ninguno de los dos hablaba mucho. Él intentaba explicarme los chistes de un programa que proyectaban en una pantalla de vídeo encima del asiento del conductor - no proyectaban películas, sino que el autobús tenía Vía Digital, como viene siendo habitual en España. Además, estaban echando un programa de chistes a las 3 de la mañana.-. Poco antes del amanecer nos apeamos en una vetusta estación de autobuses y mi amigo me hizo señas para que le siguiera hasta una palmera pequeña, de tronco grueso, que crecía junto a la carretera. De su mochila sacó un cepillo de dientes, un peine y una botella de agua que me entregó con gran ceremonia - nuestro amigo senegalés solía llevar encima cepillos de dientes sin usar para prestar a la gente que fuera conociendo en el camino-. Nos aseamos juntos, entumecidos por el relente - ¿el relente?-, antes de ponernos los macutos al hombro y caminar hacia el centro de la ciudad.
¿Cómo se llamaba? No lo recuerdo. Solo era otro hombre hambriento lejos de su hogar, uno de los muchos hijos de las colonias - como Obama- colándose entre las barricadas de sus antiguos amos - los españoles que colonizaban Senegal-, organizando su propia y azarosa invasión de harapos. Y sin embargo, mientras caminábamos hacia las Ramblas, mi impresión era que lo conocía de toda la vida - claro, porque su vida era igual de dura, oye, ¿y cómo pagaría el avión hasta España?, ¿o vino en patera?-; como si ambos hiciésemos el mismo viaje, aunque hubiésemos partido de lugares opuestos del planeta. Nos despedimos. Yo estuve mucho tiempo parado en la calle, viendo cómo se alejaba su figura delgada y patizamba. Una parte de mí deseaba acompañarle en una vida de caminos abiertos y mañanas azules; otra parte de mí se percataba de que ese deseo era una idea romántica y parcial -¿parcial?-. Hasta que me di cuenta de que aquel hombre de Senegal me había invitado a un café y ofrecido su agua, y eso era real, y quizá eso era todo lo que cualquiera de nosotros tenía derecho a esperar: un encuentro al azar, una historia compartida, un pequeño acto de bondad”.
Barack Obama, Dreams from my father, Crown Publishers.